jueves, 8 de abril de 2010

Teatro



Recordemos los grandes relatos que nos ha legado el pasado. Recordemos los mitos de
los jardines. Todo jardín sereno tiene su insidia. Siempre hay el veneno de una serpiente que
se esconde en la hierba del Paraíso.

¿Cuál es la serpiente que se esconde en la isla de libertad del teatro?

Cuando empezamos nuestra profesión, nuestro sueño más grande es poder amarrar en
la tierra del oficio, cultivar sus árboles del Conocimiento, encontrar en una lucha-abrazo sus
espíritus familiares y aquellos espíritus que la invaden desde los puntos remotos de la tierra.

Cuando empezamos, tenemos una llama entre las manos para iluminar una voz lejana:
nuestra vocación. Con los años, nuestras manos estrechan cenizas, y toda nuestra energía y
nuestro saber se tienden en el esfuerzo de mantener en vida las brasas que todavía arden.

No hemos desembarcado en la isla de la libertad, nos hemos precipitado en las
entrañas del monstruo.

El teatro es un monstruo que ahoga tramposamente nuestra necesidad originaria con la
costumbre, la repetición, las coartadas y la triste fatiga. El teatro se convierte simplemente en
un trabajo, una familiaridad con un oficio que ha perdido su magia, su ethos, sus ideales. A la
hora de cenar nos sentamos en la mesa. A la hora de dormir bostezamos. Cuando vemos un
árbol, recogemos su fruta. El teatro sobrevive y nos hace sobrevivir envueltos en un sano
fatalismo de indiferencia y tibieza.

Sólo la revuelta nos puede proteger, una rebelión contra nosotros mismos, contra
nuestros pequeños compromisos, contra nuestro impulso natural a escoger las soluciones
conocidas y seguir el camino menos arduo. Lo que transforma el monstruo en una isla de
libertad es el camino del rechazo, el trabajo anónimo e incorruptible, cada día, por años, años
y años..

No debemos nutrir aspiraciones ambiciosas. Debemos ser conscientes que somos sólo
un granillo de arena en las entrañas del monstruo.

Debemos ser arena, no aceite, en la maquina del mundo.

miércoles, 7 de abril de 2010


"...Cuida bien al niño,
cuida bien su mente,
cuídalo de drogas,
nunca lo reprimas
dale el áurea misma de tu sexo.
Todas las hojas son del viento,
ya que el las mueve hasta en la muerte..."
Luis Alberto Spinetta