viernes, 22 de julio de 2011

Poner límites o informar de los límites

2.- El texto Poner límites o informar de los límites (noviembre 2005) suscitó la
clásica pregunta de ¿y los ‘deseos’ de las niños de pegar y de hacer daño a las demás?
¿No hay que poner límites a estos deseos? ¿No hay que poner límites al ‘deseo’ de
imponer los propios ‘deseos’ sobre los ‘deseos’ de los demás, incluso por la fuerza etc.
El debate que subayace a esta cuestión es el sempiterno tema de si las criaturas nacen
buenas o si por su propia naturaleza albergan pulsiones malévolas, algún tipo de tánatos
innato etc. Mi reflexión parte de una firme convicción en la bondad innata de la
criatura humana; así que lo digo de entrada para que los que no partan de este supuesto,
no se molesten en seguir leyendo; porque si las criaturas son ‘malas’ por naturaleza,
toda la represión y todos los límites estarían efectivamente justificados.
Si partimos o no de la bondad innata de las criaturas, va a condicionar el análisis y la
actitud que adoptaremos cuando nos encontramos en esta sociedad con niñ@s
violent@s y tiran@s.
En primer lugar, nunca diremos que l@s niñ@s tienen ‘deseos violentos’, sino que
diferenciaremos la violencia de los deseos.
La violencia es una reacción secundaria. Emerge primero como autodefensa, y luego
pasa a ser ofensiva para imponerse en las relaciones sociales competitivas. La rabia y
el enfado generan ante todo in-dignación, rebeldía y defensa de la propia integridad; y
no necesariamente están acompañadas de impulsos ofensivos. También es importante
saber ver la violencia defensiva de la ofensiva.
La violencia se produce en un estado psicosomático especial y diferente al estado
psicosomático normal, del que emergen los deseos. Y a pulsiones que salen de estados
psicosomáticos antagónicos no se las puede llamar con la misma palabra. El deseo sale
del estado llamado ‘grow mode’ por Bergman, que es incompatible fisiológica y
anímicamente con el estado de alerta y de defensa, llamado ‘survival mode’, del que
salen las pulsiones agresivas y violentas. Son dos sistemas neuro-endocrinosmusculares,
no sólo diferentes sino incompatibles, y que se desencadenan con impulsos
diferentes.
Estos sistemas diferentes se activan según el entorno del niño o de la niña, si está en un
entorno hostil o en un entorno amoroso, en el que hay empatía.
Cuando hay amor, funcionan los deseos; cuando hay competencia, las imposiciones (las
relaciones de dominación). Por lo tanto, los deseos no se imponen, se dejan salir, se
dan; lo que se impone es otra cosa, el afán de dominación, de ser superior, de estar por
encima, de ganar, en definitiva, de Poder relativo, que es lo que funciona en la
competencia.
Entonces hay una gran confusión entre los deseos primarios y las pulsiones violentas,
una confusión que se explica porque la educación no está centrada en la expansión de
los deseos primarios sino en la adaptación a la violencia normalizada de la
competitividad social: las normas y los límites de la violencia, el mínimo de autoestima
para sobrevivir en la competitividad, etc..
Esta confusión se debe a que damos (incluída la pedagogía) por buenos los niveles
normalizados de la violencia competitiva: las notas, los premios, los puestos, las
medallas, son baremos que miden la competitividad; y se inculca que ganar es lo bueno,
es decir que lo bueno es que pierda el de al lado, y yo tengo que estar content@ de que
pierda el de al lado, lo que equivale a la congelación de la empatía y de los sentimientos
de fraternidad. No hay ‘sana’ competencia: competir es querer ganar y –aunque no se
diga- vejar al de al lado, y ser psico-afectivamente indiferente a su malestar. El sistema
de enseñanza incluye la aceptación de una determinada violencia, y la pedagogía enseña
sus normas y sus límites. Los límites de la violencia, de la vejación, del ponerse por
encima del otr@, no de los deseos.
El modo de actuar ante la violencia de l@s niñ@s, cuando creemos que hay una maldad
intrínseca, es reprimir y poner límites a las manifestaciones de violencia. En cambio el
modo de actuar si creemos que la violencia es una respuesta al entorno competitivo y en
circunstancias determinadas, se centra en restablecer un entorno no competitivo sino
complaciente, un estado de bienestar, y en desarrollar las cualidades primarias que son
antagónicas con la violencia, tienen un nivel de tolerancia cero con la violencia, y hacen
bajar hasta los suelos el listón de la violencia de la ‘sana’ competencia. Claro que
también intervenimos para evitar que nadie haga daño a nadie, pero del mismo modo
que nos tiramos a la piscina para sacar a un niñ@ que se ha caído y que no sabe nadar,
sin decirle que es mal@, etc.
Los limites de la violencia no están en si es física o psicológica. La violencia
psicológica puede hundir a la gente tanto como las balas (y si no ahí están las
operaciones psicológicas de los mobbings de alto nivel, los coaching para aguantarlos,
los suicidios infantiles, etc.)
La maldad innata de los seres humanos se suele acompañar con una visión de que el
entorno es inexorablemente hostil y entonces hay que luchar y pelear para sobrevivir.
Pero biológicamente los seres humanos estamos hechos para vivir una realidad interior
y exterior sin conflicto, en armonía; tenemos previstos los sistemas necesarios –el
sistema libidinal- para que sea así. Y si la especie humana, o cualquier otra, ha
prevalecido en la biosfera, ha sido porque ha habido ese acoplamiento armónico del
ecosistema interno y externo. Es nuestra civilización la que rompe la armonía prevista y
congela el sistema libidinal, la con-fusión con la carne de mi carne, y transmuta las
relaciones de mutua complacencia en relaciones de dominio y sumisión, lo cual es
psicosomáticamente muy patológico y fuente demostrada de todo tipo de reacciones de
autodefensa y de violencia.
No hay entonces espacios intermedios entre nuestra realidad interior y exterior que
están inexorablemente en conflicto, sobre los que negociar; lo que está en conflicto es
la vida en este caso, de l@s niñ@s, y el modelo de familia autoritaria y de sociedad; y
lo que hay son grietas por donde se filtra la libido y se restablece a ratos y en parte la
relación armónica original: la relación de complacencia. Si hacemos caso a Christiane
Rochefort y rendimos el Poder a nuestr@s hij@s, podemos abrir más fisuras y hacerlas
más grandes.
…..
Invito a la gente que piensa que l@s niñ@s ‘desean’ imponerse o hacer daño a l@s
demás’, y que son un@s tiran@s, que se hiciera las siguientes PREGUNTAS :
1) ¿Por qué nadie se pregunta o se fija en l@s niñ@s (que también existen) que no
han manifestado nunca el tipo de ‘deseos’ de hacer daño a l@s demás?
2) ¿Por qué nadie se pregunta o se fija en que l@s niñ@s, cuando están en un
ambiente relajado y de confianza no manifiestan nada parecido a esos ‘deseos’,
y en cambio sí lo hacen cuando pasan a ambientes de tensión competitiva o
autoritaria?
3) ¿Por qué nadie se pregunta o se fija en lo mal que lo pasan l@s niñ@s, cuando
pasan de uno a otro ambiente sin tener desarrollada la suficiente capacidad de
competir?
4) ¿Por qué nadie se fija en los trucos que se buscan l@s niñ@s para huir de la
competitividad y de la lucha?
5) ¿Por qué se llaman ‘asociales’ o ‘poco sociables’ a l@s niñ@s que no han
desarrollado las aptitudes para competir y no soportan los niveles de
competitividad en los que se les obliga a vivir, añadiendo vejación sobre la
vejación (o llevándoles al psicólogo para que les den un empujoncito a su débil
autoestima, o sea, a su débil capacidad competitiva)?
6) ¿Por qué l@s adult@s no intervienen en estas situaciones contradictorias para
defender de manera consecuente el desarrollo de los deseos primarios; por qué
se interviene justificando la competitividad normalizada?
7) ¿Por qué transmitimos las creencias fratricidas y dominadoras? Y si la
respuesta es ‘por adaptación, porque el mundo es así’, entonces: ¿Por qué no lo
decimos explícitamente en lugar de disimularlas para que pasen desapercibidas?
La Mimosa, noviembre 2008

LOS LIMITES Y LA COMPLACENCIA

La cuestión de la educación por la vía de la complacencia, ha suscitado alguna
pregunta, lo cual resulta sorprendente dado que, al menos directamente, apenas nadie
debate ni rebate nada de lo que digo. En este escrito trato de recoger las cuestiones
suscitadas en dos ocasiones, y que de algún modo nos empujan a profundizar en la
cuestión.
1.- Recientemente me han preguntado si era verdad en términos absolutos una
afirmación que hice de que nunca había recibido una orden ni de mi madre ni de mi
padre, pues parece que una cosa así es difícil de creer en el mundo en el que vivimos; y
sin embargo tengo que decir que sí, que es absolutamente cierto, en términos absolutos.
La verdad simple y sencilla es que amar es complacer al ser amado, y si yo deseo
complacer los deseos de los seres que amo, y si los seres que me aman desean
complacer mis deseos, las órdenes carecen de sentido. El sistema libidinal es el sistema
de relación humano normal, que para eso existe. Las órdenes y la obediencia
pertenecen a un sistema jerárquico artificial.
Complacer a los seres queridos es una cualidad del amor, una cualidad humana; no
es cosa exclusiva de las madres-marujas que no tienen nada mejor a lo que dedicarse.
Decirlo tendría que resultar casi tautológico, sino fuera por el magma dogmático que
impide ver lo evidente.
Cuando ocurre que unos y otros deseos son incompatibles (yo quiero ir al cine y tú
quieres ir al fútbol, por ejemplo), se hablan las cosas para tomar una decisión, pero
fijémonos que los argumentos que cada cual emplea en general son para favorecer el
cumplimiento del deseo del otr@. Entre seres que se quieren no se resuelven las cosas
con la imposición de la voluntad de un@ sobre la del otr@, las dificultades transcurren
por otro camino.
Y ello es así por la cualidad de la libido, que hace que la felicidad o el bienestar del
ser amado sea mi felicidad y mi bienestar: en ello consiste la relación amorosa, que no
tiene nada de mágico ni de espiritual, como lo prueba la producción de endorfinas y de
las hormonas del estado amoroso; y como lo prueba también la propia sensación y
percepción corporal de ese estado amoroso, lo que sentimos, y cómo se fija lo que
sentimos, los sentimientos. Los sentimientos que fijan, hacen y conforman la estructura
psíquica para la complacencia. Todas las sublimaciones y misticismos se hacen tan sólo
para justificar la existencia de lo que sentimos en el estado amoroso, y arrebatarle su
función de relación fraterna.
La actitud general de una madre o de un padre de complacer los deseos de sus hij@s
es fundamental para que crezcan desarrollando también su capacidad de complacencia y
de amar. Dicha actitud implica una confianza en la capacidad de amar de las criaturas
humanas y en que se pueden desarrollar de ese modo. En este contexto dar una orden es
una ofensa y una humillación, un atentado a la integridad y a la dignidad de sus hij@s, y
supone la desnaturalización de las relaciones entre madre-padre e hij@s.
Quiero precisar que el empleo del término ‘vía’ (vía de la complacencia o vía de la
autoridad) es porque efectivamente no se trata de actitudes concretas o puntuales, sino
de la actitud general que se desprende del estado amoroso, y de las relaciones dinámicas
que se establecen desde ese estado.
Si desde el principio una criatura ha sido tratada con actitud amorosa y
complaciente, su actitud general será también amorosa y complaciente; y a nadie se le
ocurre plantear las cosas en términos de órdenes y de obediencia; tales cosas ocurrirán
en el colegio, porque allí es otra cosa, no son relaciones desde los estados amorosos.
Si una criatura desde el principio es tratada con órdenes y sus deseos han sido
tratados como caprichos improcedentes, las cosas transcurren por otro camino diferente.
El camino de la guerra con l@s niñ@s, de los berrinches, de las pataletas, de los
chantajes, etc. Pero aquí lo que he observado es que quizá no a la primera, pero sí a la
segunda o a la tercera, la criatura humana es capaz de reaccionar y de situarse en la vía
de la confianza y de la complacencia, porque todavía no tiene demasiado atrofiada su
capacidad amatoria.
Lo que la situación actual esconde es que hay una falsa noción del amor. Lo que se
llama amor no es amor verdadero. En el estado amoroso a nadie se le ocurre dar
órdenes, sino hablar, explicar las cosas, aplicarse en la resolución de las decisiones con
mutuo mimo y cuidado, para conseguir lo mejor para el ser querido.
Detrás de la vía autoritaria hay una ignorancia de lo que es la criatura humana, una
ignorancia y una desconfianza en sus capacidades y cualidades.
¿Es posible entonces educar “sin poner límites”? ¿Por qué la mayoría de los padres
creen que es necesario “poner límites” a sus hij@s?
Los límites no tienen nada que ver con el tipo de relación entre las personas que se
encuentran dentro de esos límites. La complacencia se produce siempre dentro de unos
límites, de lo que es posible.
La cuestión no está en los límites (los límites se utilizan como excusa), sino en el
tipo de relación desde la que se abordan los límites, lo que podemos o no podemos
hacer. Los padres siguen la inercia social y desconocen la vía de la complacencia
porque nadie la practicó nunca con ell@s, y por ello no saben que existe ni saben cómo
son sus hij@s y de lo que son capaces. Desconocen la capacidad de amar, de
complacer, de entender, de tener iniciativas y de ser responsables de sus actos, es decir,
las cualidades de sus hij@s. Y tratándoles como si no tuvieran esas cualidades, como si
fueran egoístas, tontos, inútiles, irresponsables, etc., les atrofian y les hacen egoístas,
tontos, inútiles e irresponsables. Esto es lo que explica Ruth Benedict en su
Continuities and Discontinuities in cultural conditioning. Detrás de la supuesta
protección que damos a nuestr@s hij@s lo que se ejerce es una mutilación de sus
principales cualidades, un bloqueo de su desarrollo justo en el momento en el que
depende su formación. Este es uno de los aspectos más importante de ese magma
dogmático que sustenta nuestra sociedad basada en la dominación: no sabemos de que
están hechas las criaturas humanas.
La preguntas y el asombro que suscita mi afirmación de que ni mi madre ni mi
padre me dieron jamás una orden, ni grande ni pequeña, da la medida del dogma que
sustenta la dominación. ¡Si hasta la relación con la carne de mi carne tiene que ser de
imposición y de dominación, como no va a ser así en el resto de la sociedad¡ Y sin
embargo lo que tendría que ser difícil de creer sería lo contrario, que una madre o un
padre mantuvieran con sus hij@s una relación otra que no fuera la basada en la
complacencia.
En resumidas cuentas, cuando se ama a una persona se desea complacer sus deseos
para hacerla feliz. Y si esa persona también me ama, también desea complacer mis
deseos para hacerme feliz. La relación entre las dos personas es de mutua
complacencia, y en una relación de mutua complacencia las órdenes carecen de sentido.
Ciertamente la cuestión suscitada nos coloca en la frontera del dogma conceptual
básico de la dominación.
La Mimosa, marzo 2010

Educación y creatividad

Rito de paso: cada bebé con su canción

Cuando una mujer de cierta tribu de África sabe que está embarazada, se interna en la selva con otras mujeres y juntas rezan y meditan hasta que aparece la canción del niño.

Saben que cada alma tiene su propia vibración que expresa su particularidad, unicidad y propósito.

Las mujeres entonan la canción y la cantan en voz alta. Luego retornan a la tribu y se la enseñan a todos los demás. Cuando nace el niño, la comunidad se junta y le cantan su canción.

Luego, cuando el niño comienza su educación, el pueblo se junta y le canta su canción.
Cuando se inicia como adulto, la gente se junta nuevamente y canta. Cuando llega el momento de su casamiento, la persona escucha su canción. Finalmente, cuando el alma va a irse de este mundo, la familia y amigos se acercan a su cama e igual que para su nacimiento, le cantan su canción para acompañarlo en la transición.

En esta tribu de África hay otra ocasión en la cual los pobladores cantan la canción. Si en algún momento durante su vida la persona comete un crimen o un acto social aberrante, se lo lleva al centro del poblado y la gente de la comunidad forma un círculo a su alrededor. Entonces le cantan su canción.

La tribu reconoce que la corrección para las conductas antisociales no es el castigo; es el amor y el recuerdo de su verdadera identidad. Cuando reconocemos nuestra propia canción ya no tenemos deseos ni necesidad de hacer nada que pudiera dañar a otros. Tus amigos conocen tu canción y te la cantan cuando la olvidaste. Aquellos que te aman no pueden ser engañados por los errores que cometes o las oscuras imágenes que muestras a los demás. Ellos recuerdan tu belleza cuando te sientes feo; tu totalidad cuando estás quebrado; tu inocencia cuando te sientes culpable y tu propósito cuando estás confundido.

No necesito una garantía firmada para saber que la sangre de mis venas es de la tierra y sopla mi alma como el viento, refresca mi corazón como la lluvia y limpia mi mente como el humo del fuego sagrado.

Texto de TOLBA PHANEM: MUJER, POETISA, AFRICANA, DEFENSORA DE LOS DERECHOS CIVILES DE LAS MUJERES AFRICANAS.