lunes, 11 de marzo de 2024

 



Cuidar tu cuerpo, amar tu expresión, validar tu intuición, respirar tu sensación

Busca más info en mi página:

sábado, 15 de febrero de 2020

El narrador

     "Es cada vez más raro encontrara a alguien capaz de narrar algo con probidad. Con creciente frecuencia se asiste al embarazo extendiéndose por la tertulia cuando se deja oir el deseo de escuchar una historia. Diríase que una facultad que nos pareciera inalienable, la más segura entre las seguras, nos está siendo retirada: la facultad de intercambiar experiencias.
     Una  causa de este fenómeno es inmediatamente aparente: la cotización de la experiencia ha caído y parece seguir cayendo libremente al vacío. Basta echar una mirada a un periódico para corroborar que ha alcanzado una nueva baja, que tanto la imagen del mundo exterior como la del ético, sufrieron, de la noche a la mañana, transformaciones que jamás se hubieran considerado posibles. Con la Guerra Mundial comenzó a hacerse evidente un proceso que aún no se ha detenido. ¿No se notó acaso que la gente volvía enmudecida del campo de batalla? En lugar de retornar más ricos en experiencias comunicables, volvían empobrecidos.Todo aquello que diez años más tarde se vertió en una marea de libros de guerra, nada tenía que ver con experiencias que se transmiten de boca en boca. Y eso no era sorprendente, pues jamás las experiencias resultantes de la refutación de mentiras fundamentales, significaron un castigo tan severo como el infligido a la estratégica por la guerra de trincheras, a la económica por la inflación, a la corporal por la batalla material, a la ética por los detentadores del poder. Una generación que todavía había ido a la escuela en tranvía tirado por caballos, se encontró súbitamente a la intemperie, en un paisaje en que nada había quedado incambiado a excepción de las nubes. Entre ellas, rodeado por un campo de fuerza de corrientes devastadoras y explosiones, se encontraba el minúsculo y quebradizo cuerpo humano."
                    Para una crítica de la violencia y otros ensayos.  Walter Benjamin.

 Benjamin intentaba salir de Francia, perseguido por la Gestapo. La policía española, policía de Franco, frenó su viaje. Se suicidó en Portbou hace casi 80 años. 
En 1997 fui a conocer esa frontera, siempre he sentido curiosidad por los paisajes finales, escenarios de la conclusión,  pasaje de una separación, designio de una obra, inspiración de la decisión.

Sobre rocas frías, de frente a la tramuntana, esperé sentada que la pulsión pulmonar dicte la primera calada de la mañana.


viernes, 17 de noviembre de 2017

Bru Bru: Igualdad de Género.

No puedo dormir, macho.

Me lo dejaste escrito en el cuerpo.

Pocas veces lo pasé a papel.
 En alguna sesión de análisis lo hablé con Belinsky.
Casi todas estas escenas son todavía silencios en mi mapa.

Siento el calor sacudirme entre la piel y la carne. Me despierta una sensación que me erizó tantas veces...
He sentido la actitud de supremecía y abuso de hombres de mis entornos, muchas, muchas veces.
Sin mi consentimiento me encontré en muchisimas ocasiones violentada por el hombre.
A día de hoy las instituciones Familia y Escuela aún enseñan y defienden que los niños son "brutotes" y las niñas "brujillas". Bru Bru Igualdad de Género.

A continuación: solo algunos recuerdos impresos en mi.
Todavía siento el registro del temblor de haber sido manoseada por aquél amigo de mi hermano que. gentilmente (y para que no me pase nada) me acercó a casa una noche, y al llegar, detuvo el coche unos metros después, cerrando las puertas y haciéndome saber que solo estaba proponiendo que nos lo pasemos bien un ratito, que me relaje, que no sea estrecha. Como no era mal tipo y él tendría al menos 8 años más que yo que era menor de edad, me la dejó pasar, me hizo el favor de sentir que daba pena, y me permitió bajar, casi, sin hacerme nada, al menos evidente. Le tuve que dar las Gracias y hasta hoy, treinta años después, guardarle silencio.

Mi labio izquierdo sabe de la humedad del beso de ése amiguito de adolescencia, que cada vez que podía, en un movimiento ágil y de último momento, me alcanzaba la boca, como quien no quiere la cosa.

Mis talones han palpitado tantas noches porque mis zapatos sonaban y me delataban.

Mis oídos se agitaron con el sonido del jadeo de un caballero en la multitud de un concierto en la Sala Apolo, una atención solo para mi.

Mi matriz se espantó de tanta vulnerabilidad ante los maltratos rutinarios ginecológicos.

Mis discos vertebrales se entrenaron en como elevarse para alivianar el cuerpo y correr! Correr más rápido, muy rápido, desde la parada del bus a casa, porque el tipo de turno, se  levantó y se bajó conmigo y tuve que correr 200 metros con la llave tiesa para no errar en la cerradura. No se puede errar, un segundo es igual a ser presa cazada. Lograr entrar, cerrar y quedarme apoyada en la puerta, aguantar el aire escuchando a ese miserable rondar maldiciendo que se quedaba sin saciarse.  Tragarme el miedo después, para que nadie se preocupe por mi.

Mi corazón se anudó cuando te hiciste el amor en mi, mientras te decía, no, mejor no, hoy no.

Mis ojos se han sacudido ante la imprudencia de la manito larga de un jefe.

Aún puede mi pericardio recuperar el ritmo de ésa nochecita que corrimos y corrimos desesperadamente por calles y calles de arena, en una playa kilométrica de Brasil, con una amiga
(a los quince yo, catorce ella) perseguidas por un wolkswagen escarabajo rojo que conducía un tipo, claro.

Mis riñones se escalofriaron cuando el metal tintineó en el parto. Tanto en el mío como en el tuyo.

Mis muslos son eruditos en el arte de sentir el roce del abrazo de un colega apoyándose en ellos, como si fuera una cordialidad más del saludo, un extra.

Mis sacro ilíacas aprendieron a distinguir el peso de la mano que invade los glúteos sin pedir permiso. Y aprendí a irme, excusándome. para no incomodar.

 Muchas noches mi mano ha encendido el zippo en la calle, para asegurar sonidos que simularan ser de hombre, a unas horas y en unos barrios donde las mujeres no debemos andar solas, porque provocamos.

Se apodera de mis aductores la tensión de darme cuenta en el colectivo, que el muchacho de atrás se está masturbando y me clava las rodillas en el respaldar de mi asiento, para que yo lo sepa y no lo ignore. Él no tiene miedo ni vergüenza. 
Mientras pienso como salir de ésta, invoco a los santos inmateriales de mi abuela y de mi madre, para que ése muchacho tenga que bajarse antes que yo.

Conozco en el pecho la angustia de abrirle rápido la puerta a una amiga porque un tipo la venía siguiendo y juntas decirnos: ya está, ya pasó. Sororidad. La semana anterior me había tocado a mi.

Guardo, en la apófisis xifoides, la humillación de acceder al honorífico Edad de Merecer, alrededor de los trece años.

Mi memoria se sobresalta cuando recupera la frase; si pesa más de treinta kilos, es que ya está pa` darle.

Mis párpados se endurecen con la huella mnémica de los pies del pata de plomo, en el pasillo de la calle Santiago. Ese señor parapolicial que venía a alertarnos. No le hacía falta más, solo caminar haciendo un poquito de ruido. Y recuerdo la capas de piel ir ablandándose después de las largas horas de insomnio y, juntas amiga querida, recuperar las risas que nos devolvieran la esperanza y la victoria.

Todos mis tendones saben acortarse cuando te recuerdan gritando.

Fueron muchos hechos, muchos años. Diversas horas del día, escenas similares en distintos lugares.

Hace un tiempo reflexioné que los hombres no necesitan sacar la llave del bolso o bolsillo, cien metros antes de llegar a casa o al coche, es cosa de chicas...Lo bauticé: enllavarse.

Soy madre de tres personas que me han visto llorar de bronca e impotencia y saben que laburo todos los días para cambiar el mundo.
Soy mujer. Soy íntegra. Soy única.
Somos muchas. Somos tantas. Somos todas.

La violencia machista es cuestión de hombres.
Tienen mucho que hacer. Pónganse a trabajar.

La muerte del patriarcado es labor de todas y todos.
Aunémonos. Reflexionemos. Hablemos.

Vivas y Respetadas nos Queremos.
Ni una menos.


Maica Martinez